La vi empujando su bastón,
con paso lento y decidido,
llevaba un viejo camisón
y un ramo de jazmín florido.
Regaba flores al pasar,
por la vereda despintada,
sin prisa y sin querer llegar,
como quien sigue una alborada.
Sus ojos eran luz sin fin
que no miraba a quien mirara,
y en su bufanda carmesí
flameaba entera su plegaria.
Pensé: si estalla algún clamor,
y el mundo exige su querella,
quiero luchar con su color
y con su paz por estrella.