Me transporto hacia el pasado en el extenso hilo de mis pensamientos... recorro con ternura los senderos marcados con el aroma que se respiraba en el ambiente y visualizo la figura de mi madre esparciendo su perfume suave y cálido en el cual me envolvía cada vez que me arrullaba en sus brazos, quedando impregnado en mis prendas de delicada batista y en mi memoria olfativa.
La recuerdo en un escenario de mi niñez paseando por los jardínes de nuestra casa solariega, conversando sobre el arte de cultivar las rosas, jazmines, azafranes y otras tantas, especialmente el cuidado especial de las orquídeas.
Mi madre no era perfumista, solo una sencilla floricultora, pero sabía combinar con su mágica barita, las esencias de las flores, creando su propio bálsamo, llevando consigo la flor del amor y solidaridad. Eso para mí, era lo más importante...sentir su aroma que aún percibo imaginándola desde donde se encuentre (como en un lugar celestial), pues su perfume no era solo un efluvio, sino momentos maravillosos que compartíamos en silencio.
Y en la soledad del invierno, continúo cosiendo con las finas hebras que se incrustan en mi mente bordando vivencias y pasajes... y en un instante de serenidad, cierro los ojos, respiro hondo y por fascinación, siento el rocío de un vapor perfumado que se extiende en todo el área de mi sagrado aposento, aspirando una indescriptible fragancia...¡olor a Madre!...
Nhylath