A ese brujo de silencio y de rocío
que mezcla el cielo gris con la ternura
le doy sin resistencia lo más mío:
mi herida, mi temblor, mi desmesura.
Teje con su mirada el desvarío
y en sus palabras borra la amargura
como quien transforma lo baldío
en bosque donde arde la dulzura.
No pide que lo entienda ni le siga
ni espera ser perdón o profecía:
su hechizo es una paz que ya mitiga.
Y cuando al fin me habita su osadía
lo encuentro en cada sombra que bendiga
mi voz ya convertida en poesía.