El sol ya se levantó, tímido, con ese sueño que provoca el domingo, un domingo típico. Ilumina las casas dormidas del barrio. Son las ocho de la mañana. Casi todo sigue en silencio. Las ventanas cerradas, las cortinas bajas. Se puede percibir que adentro la gente sigue enredada entre las frazadas. Solo algún que otro vehículo pasa despacio, rompiendo la quietud con el ruido sordo de las ruedas sobre la calle de arena.
La escarcha cubre todo como una gélida sábana. Cada grano de arena parece envuelto en una capa de vidrio molido. La calle cruje bajo mis pies. Tal parece que soy el único loco que se atreve a madrugar. Hay una brisa fina, fría como alfileres, que se mete por las mangas, por el cuello, por donde puede. No es viento, es como una presencia, una advertencia suave pero firme: la ola polar llegó.
Voy caminando, bien abrigado. Los hombros encogidos, las manos en los bolsillos, pensando en la estufa que me espera en casa. Salí a buscar unos libritos de hojaldre a la panadería de Charlie. A esta hora recién los sacan del horno. Ya estoy saboreando los mates que me están esperando en casa. Los puedo oler, aunque falten diez cuadras. El aroma de los libritos calentitos y los mates con mi esposa me apura el paso.
Ya quiero volver. Ansío llegar. Allá está mi casa, esperando con la estufa encendida, el piso frío pero familiar, y el abrazo de ese pequeño refugio que armamos de a dos. Ese rincón que llamamos hogar.
El pasto del frente parece de plástico. Cada hoja rígida, tiesa, blanca. Si lo pisás, no se aplasta: cruje. Hasta el gato de la vecina camina en puntas de pie.
Este no es un frío cualquiera. Es un mensajero. Como un sobre sin remitente, que llega para avisar que el invierno se adelantó. Que no va a esperar al calendario para hacerse sentir. Que vino con todas las intenciones de quedarse. Y aunque aún no llegó el equinoccio, ya se instaló. Ya se cuela por las hendijas, ya pide sopas, mates con tortas fritas, estufas y abrazos largos.
Ya llegué a casa. El frío se desvanece de mi cuerpo como un fantasma. El mate está listo. Huele a hogar. A promesa cumplida. Y el abrazo tibio de mi esposa que da calor a mi alma.