Felicio Flores

La promoción

Semanas encerrado en el cuarto de las luces, trabajando en un proyecto que, si salía bien, le aseguraría la promoción a gerente.
Puso todo su empeño, hasta olvidar comer y dormir. Como era de esperarse, su esposa se lo recordaba de vez en cuando, y también que en pocos días sería padre; la niña estaba por nacer.

Estaba exhausto. Sentía arena en los ojos y dormir ya no aliviaba los músculos. La última mañana, la ansiedad lo despertó como un golpe. Un calmante natural, pero dañino. Apenas desayunó, se duchó, se puso el uniforme que nunca le gustó, se cepilló los dientes y ajustó el cuello de la camisa mientras se peinaba. Besó la frente de su esposa, que aún dormía, y salió.

La ciudad tenía un tránsito infernal; por eso envidiaba a los pájaros (el tránsito del cielo es menos concurrido). Era una envidia buena, si es que eso existe. De camino, ensayaba lo que diría. Al llegar, casi sin saludar, entró al ascensor. Se miró en el espejo, ajustó su apariencia. Miró la hora: cinco minutos. Movió los hombros, giró la cabeza y apretó la maleta con más fuerza de lo habitual.

En la oficina, el jefe lo recibió entusiasta. Sus compañeros ya estaban listos para la presentación. Como siempre, el jefe ofreció café; algunos aceptaron, él rechazó con cortesía. Empezó la exposición. El nerviosismo se sentía en el aire, denso. Respiraban acelerados sin moverse. Mientras uno hablaba, los demás se miraban. El jefe tomaba notas, sin mostrar nada. Era un juego psicológico cuyo inicio nunca les contó. Respiró hondo y explicó lo que tantas horas le había costado.

Al final, el jefe mostró aprobación. Se despidieron. En el pasillo, intercambiaron felicitaciones. Cuando bajó al primer piso, la recepcionista lo recibió con una sonrisa:

—Lo han llamado. Ya es padre.

—Felicio Flores.