Las caricias se trazaban,
como diminutas perlas en la ventana,
llegó el silencio después del frío,
y el ave con su canto de madrugada.
El aullido insolente algo se robaba,
un poco sueño, otro tanto del conticinio,
dejando temerosas estrellas que no vemos,
por las nubes que bailan sin dueño.
Espero entre las ráfagas y los delirios
por un segundo más de descanso,
entre el rocío y el cadalso,
se va terminando el alba.