El puente de la vida
Atravesar un puente es como vivir.
El inicio y el final
se deslizan en un mismo horizonte,
dos extremos que laten
como la fuerza sutil de un viejo reflejo.
La jornada avanza, paso tras paso —
a veces firme, a veces incierto —
y el paisaje, cual lienzo cambiante,
decide el ritmo del sueño y del tiempo.
El puente se alza entre los abismos,
con pilares de dudas, de fuerza y destino,
sobre aguas que reflejan un cielo fracturado.
Y el viento — suave o furioso —
es el tiempo que pasa, eterno testigo.
No siempre miramos lo que quedó atrás,
pero cada paso es un recuerdo fugaz.
Y cuando el puente se desvanezca,
descubriremos que al final y al principio
amamos lo perdido… y lo que está por llegar.
Lo esencial no está en cruzar,
sino en lo que dejamos vibrando al pasar.
— L.T.