_El poema que no quiso rimar_
Le ofrecí una rima,
la miró de reojo
y siguió caminando.
Le puse un compás,
una métrica justa,
y se sacó los zapatos.
Probé con un verso blanco,
y aún así…
me lo devolvió arrugado.
Haz lo que quieras, le dije.
Y entonces
empezó a hablar de un pez
que nadaba en la sombra de una taza.
No entendí.
Pero lo escribí igual.
Y al final,
cuando me alejaba,
volvió y susurró:
Gracias por no enjaularme.