Era una tarde lenta y apacible,
mostraba el Sol su pátina de abril,
brillaba el agua de la fuente mil
luises de oro. En la encina
el tesoro intangible
de su luz ambarina
desvelaba sublimes rosetones
en la copa, y un código imposible
en la hojarasca siena.
Lo vi sentado y triste,
su recuerdo me olía a yerbabuena,
a pan de caserío,
a infancia y risa, a juegos y a canciones.
Sus ventanas miraban al vacío,
sumido estaba en la melancolía.
¿Dónde fueron sus cóncavas arcillas?
los pájaros sembraron la baldosa
de acebuche y genistas amarillas.
Caserío que tantos hijos dieras,
el olvido es la losa,
tu lento devenir en polvo esperas.