José de Jesús Camacho Medina

Muy pocos sabían su nombre

Por las calles céntricas de Fresnillo, entre el bullicio cotidiano y el pasar indiferente de los transeúntes, deambulaba una figura que muchos recordarán con cierto asombro e indiferencia. Era una mujer mayor, de mirada lejana y cabello corto. La conocían como “María Botes”.
Muy pocos sabían su nombre real. Nadie se detenía a preguntarle.
Su andar era lento, arrastrando los pasos como si llevara a cuestas el peso de mil historias no contadas. Siempre cargaba botes y en su interior bolsas viejas repletas de cosas que sólo ella entendía; botellas, retazos de ropa, trozos del mundo que parecía ir dejando atrás.
Algunos decían que hablaba sola. Otros juraban haberla visto reír en medio de la nada, como si conversara con los fantasmas de un pasado que ya no estaba. Pero la mayoría solo la esquivaba. Le temían. La ignoraban.
La ciudad la convirtió en parte del paisaje. Como una grieta en la banqueta o una mancha en la pared. Estaba ahí, siempre, pero nadie quería mirarla. Nadie quería saber qué había detrás de esos ojos opacos. Y sin embargo, ella sabía vernos a todos. Sabía quién cruzaba la calle para evitarla. Quién fingía no oír su voz cuando pedía una moneda, una palabra, un poco de humanidad.
Los niños crecían escuchando advertencias: “Pórtate bien o te va a llevar María Botes”. Nadie hablaba de su soledad, de su hambre, de su frío. Solo de su comportamiento y lenguaje cuando se sentía acechada.
Un día dejó de aparecer. Como si el viento se la hubiera llevado, como si la ciudad hubiera decidido borrar la incomodidad que causaba su existencia. Y entonces, solo entonces, algunos comenzaron a recordarla. A decir “¿te acuerdas de María Botes?”. A contar historias medio ciertas, medio inventadas. Como pasa con todos los que el mundo olvida mientras están vivos y glorifica cuando ya no están.
Hoy, al verla en una vieja fotografía, sentada junto a un muro rojo, con la mirada fija en un punto sin nombre, uno no puede evitar preguntarse:
¿Quién fue María?
¿A quién amó?
¿Quién la abrazó por última vez?
¿Dónde están sus recuerdos, sus canciones, sus lágrimas?
Tal vez no lo sabremos nunca. Tal vez su historia se disolvió en el aire como sus pasos por las calles del centro. Pero su imagen persiste. Nos observa desde el rincón más oscuro de nuestra memoria colectiva. Y nos obliga, aunque sea por un instante, a mirar de frente aquello que tantas veces evitamos: la dignidad rota de los invisibles.
Porque detrás de cada “María Botes” hay una vida que merecía más que miedo.
Merecía compasión.
Merecía ser escuchada.
Merecía simplemente… ser vista.
\"María Botes\", un poema de las calles de Fresnillo que el viento silbaba y que muy pocos se atrevieron a leer.
Dicen que en sus ojos se retrataban los poemas más ocultos de Fresnillo.