Me contemplé la noche del vacío
con las carnes de mármol ya vestidas,
el mundo desbordaba mil heridas
y el alma se aferraba a su rocío.
Todo era sombra, duelo y desafío,
mas algo en mí tejía otras salidas:
una mueca de luz, entre las vidas,
sabía que aún vibraba en el hastío.
No fui final, fui nota en el concierto,
fui parte del latido universal,
un hilo de ese cosmos siempre abierto.
Y comprendí en silencio sideral
que el ser no muere, mas queda cubierto
por la emoción que es del todo inmortal.