No lo fuerces.
No lo empujes por la puerta si quiere entrar por la ventana.
El poema llega cuando quiere
y nunca con las manos vacías.
A veces trae pan,
otras, una piedra.
Ten a mano un cuaderno,
pero no creas que eso lo impresiona.
Ha vivido siglos en labios
que no sabían escribir.
Si llora, escúchalo.
Si ríe, ríe tú también
aunque no entiendas por qué.
No preguntes qué significa.
Tampoco intentes educarlo.
Él no ha venido a obedecer.
Solo abre la casa,
pon agua a hervir
y deja la puerta entreabierta.
Si se va,
que encuentre su camino de vuelta
entre tus migas de palabras.