Una tarde negra y de nieve blanca me
atropelló, y lloré en la calle, sola y
desolada.
El viento colocaba las hojas en el árbol
de la vida,
como si intentara reconstruir lo que se
desmoronaba.
Corrí al viejo bar, refugio de sombras y
silencios, donde las luces bajas y los
rostros alejados eran solo ventanas de
alegrías ajenas, y de mi triste pena,
me quedé, oyendo las risas, oyendo la
confusión, escribiendo un poema que
reparaba la desilusión.
Era un viejo bar en la plaza grande,
en la ciudad pequeña,
en ese centro chico que no tenía
avenidas, ahí en la capital de todos los
signos, donde mi mente se desgarraba,
un cataclismo se asomó con fuerza a mi
corazón,
y yo me sentí perdida, sin rumbo ni
dirección.