Dunia, toma mi mano, dulce y sincera,
bailamos despacio, la vida nos espera.
En cada paso, suave y callado,
el amor nos habla, tierno y abrazado.
Te miré con ojos de pura ternura,
como el pastor que sigue la estrella segura.
Tu piel, trigo dorado al sol de la mañana,
detuvo mi alma, la calma me hermana.
Quise entender tu esencia tan clara,
con palabras suaves, un puente que ampara.
Entre nosotros no hay muros ni distancia,
solo un brillo dulce, pura esperanza.
Tus ojos, noches sin luna, tan profundos,
me traen recuerdos de mágicos mundos.
Tu piel de niña, campo en verano,
es fuego que abraza mi corazón humano.
De tu mirada libre, de tu dulce soñar,
quiero beber tu alma, sin nunca acabar.
Que nuestra canción quede en el viento,
huella suave de nuestro sentimiento.
Cuántas veces te amé sin verte, sin tiempo,
eras aroma dulce, mi tierno aliento.
La guitarra en la noche, melodía sin fin,
y en ti, Dunia, hallé mi jardín.
Solo existes tú, mi calma y mi estrella,
luz que ilumina mi senda tan bella.
Eres fuego en bosque, llama que no cede,
mi amor, mi vida, mi dulce rede.
Y así, caminando, mi mundo se paró,
ahí estabas tú, mi paz, mi sol.
Quiero quedarme en tu recuerdo, en tu ser,
en todo lo que fue y lo que ha de nacer.
No sé cómo, ni cuándo, ni por qué razón,
pero deseo que un día, sin condición,
en la alegría o en la prueba más dura,
Dunia, alma mía, sé mi ternura.
Que me necesites, sin fin ni medida,
que juntos caminemos esta vida.