En la esquina del mundo más callada,
donde el cielo se encoge de frío,
el invierno se sienta en las almas
y teje silencios con hilo de rocío.
Los árboles visten su piel de ceniza,
el viento les canta canciones sin letra,
y el tiempo se duerme en las tapias
como un perro fiel que ya no espera.
Hay copos que caen con peso de sombra,
como cartas de amor no leídas.
Y el sol, tan cansado, tan lejos,
se olvida de alumbrar las heridas.
Pero el frío no mata, solo enseña
a mirar hacia dentro del pecho,
donde un fuego pequeño y sincero
se abraza a sí mismo en silencio.
Porque el alma también tiene inviernos
donde todo parece doler,
pero incluso en la escarcha más honda
algo sueña con volver a florecer.