José de Jesús Camacho Medina
El Fantasma de Fresnillo
A veces se aparece como una sombra entre las esquinas del centro de Fresnillo.
Delgado, moreno, con los pantalones rotos y la mirada perdida.
Le dicen el Rastas.
Nadie sabe su nombre real.
Nadie sabe de dónde viene, si tiene familia o si alguien lo espera en alguna parte.
A la distancia mira los puestos de comida, no dice nada…
Solo observa.
Como si en su mirada cupiera todo el cansancio del mundo.
Como si sus ojos pudieran suplicar un poco de humanidad.
Muy pocos se atreven a acercarse.
Los demás lo esquivan como si fuera parte del pavimento, como si no existiera.
Como si fuera otro bulto más entre la prisa de la vida, como si fuera un fantasma.
Pero Rastas está ahí.
Cada día.
Como testigo silencioso de nuestra indiferencia.
A veces pienso que él es un espejo.
Que su figura rota refleja la parte de nosotros que no queremos ver:
la que ignora, la que teme, la que prefiere mirar hacia otro lado.
No sé si duerme en alguna esquina o entre los escombros del mundo.
Tampoco sé si sueña.
Pero sí sé que hay algo profundamente humano en él,
algo que se resiste a morir, a pesar del frío, del hambre y del abandono.
Pero Rastas sigue ahí
cómo una cicatriz que nadie quiere tocar
cómo un poema callejero que el viento repite pero nadie lee.
Y entonces me pregunto:
¿Quién está más perdido?
¿El que camina solo, con el estómago vacío y la mirada rota…
o los que seguimos de largo sin sentir nada?
A veces mi pregunto si su figura es real,
o si fue enviada para recordarnos cuan dormidos estamos.
Sus ojos siempre me revelan que el fantasma no es él, que los fantasmas somos nosotros.