Mirarte a los ojos,
pensar en todos los sinónimos de la palabra amor.
Memorizar cada peca de tu tímida nariz,
imaginarte en nuestro sofá,
absorta en tus cosas.
Mi abrazo: fuerte, cálido.
Sentir tu aliento en mi cuello,
enredar tus piernas con las mías,
mirar el reloj con nervios.
Las saetas corren, cada vez más veloces.
Silencios que gritan más que las palabras.
No saber si mirar tus ojos, tu nariz o tu boca.
Tanto calor, que podríamos derretir el invierno.
Repasar tus tatuajes con la yema de mis dedos,
imaginar a nuestros hijos coloreándolos.
Miramos el reloj, otra vez, nerviosos.
Las agujas se acercan al final.
Anticipar el instante en que nos fundimos.
Presentar nuestras lenguas, unir nuestros labios.
Abrir mis manos, recorrer tu geografía.
Admirar tus montañas, caminar sus cimas.
Jugar a ser espeleólogo, volverte loca.
Escuchar la melodía que nace de tu boca.
El reloj no deja de contar.
Las saetas no se detienen.
Comparar el sabor de tus labios con otros.
Mirar las dos estrellas que habitan tu rostro.
Cegarme en tu impaciencia.
Extender tu cuerpo bajo el mío,
sentir tu río ardiente que me llama.
Arder juntos, estremecernos.
El reloj se vuelve enemigo.
El tiempo se nos echa encima.
Ojos húmedos, fijos y perdidos.
El ritmo acompasado de nuestros latidos.
Abrumados, ya en la cima del camino.
Con frecuencia creciente, gimo.
Besarte el cuello, sentir tus piernas.
El estallido que mezcla nuestras almas.
Voces unidas en escándalo, luego calma.
Ignoramos el reloj.
Y nos miramos.
Ver en tus ojos eso tan cercano.
Confirmar lo que ya sabíamos.
Ver, jugando, dos crías salvajes,
protegidas por una pareja de aves.
Sentir que hallamos lo que anhelábamos.
Despertar del sueño, reencontrarnos.
Sentirnos más vivos que nunca.
El reloj ya no importa.
Solo tú. Solo yo.
Samuel, 2025