Elizabeth Maldonado Manzanero

Al rey de la familia

La noche, resfriada como tus pulmones,

alza su negro velo como viuda.

que generosa, acompaña la lánguida marcha

de mi madre hacia la casa.

 

En altar de sombra, de sus brazos brota

el calor aún tibio de la despedida

La hija mayor la abraza

y en silencio lloran.

 

Un Cristo abrazando el dolor,

alumbrado por cuatro luceros,

velan la silente derrota

Rey de la familia.

 

Un patio sin tiempo se extiende en eco,

para recibir las visitas,

donde ingresó la muerte, sin pedir permiso,

tan familiar, como si ya supiera el camino.

 

Las flores, fieles soldados de las paredes,

lloran en rocío al que mi voz ya no saluda.

Los ojos estanques son

donde naufragan las palabras pesarosas;

la tormenta moja los rostros

y arremolina el corazón de los presentes.

 

Con tu derrota digna aprendí:

La sabiduría de toda tu experiencia

se tatúa hoy en las generaciones venideras,

en tus hijas, herederas del fuego que encendiste,

que ríen entre lágrimas sabedoras

de que la vida muda de escenario constantemente.

 

Tu hijo varón, también te atesora,

y yo, vislumbro sollozante tus pupilas:

Como dos vitrales ahora cerrados

que guardan los secretos

de las lágrimas y las sonrisas.

 

Los grillos, músicos perennes de la noche,

cantan nuestra cercanía al abismo.

Tu ausencia es un idioma que aun no entiendo.

Llorar mares quisiera,

y tierra seca es el cuerpo.

 

¿Cómo no sentir esta orfandad?

El tiempo humilde se inclina ante ti,

y yo doy gracias con palabras rotas,

por haber sido mi padre:

un hombre,

en un mundo pletórico de sombras.

 

Ayer, apenas, dolorosamente te dije adiós.

hoy, voy como muerta,

hacia otro espacio

hacia los monótonos segundos de mi vida…