Tengo una lengua de humo,
no pronuncio, evaporo.
Mis palabras son nubes rotas
que se enroscan
en la tráquea de los espejos.
Silbo secretos
que aprendí de las lámparas
cuando dejaron de alumbrar,
y cada vocal que digo
despierta insectos
dormidos en el mármol del tiempo.
Mi voz no suena,
se desliza,
como aceite negro
por la espalda de un cuervo
que olvida cómo caer.
El viento me traduce
a idiomas sin lengua,
sin boca,
sin necesidad de cuerpo.
He dicho tu nombre
cien veces
y en todas
ha nacido un bosque
en mitad de una habitación vacía.
Porque esta lengua
no nombra,
transforma.
No habla:
incendia.
No explica:
desaparece.
Y tú que me escuchas,
¿acaso no sientes
cómo el humo
se cuela por tus ojos?
¿No ves cómo arde
lo que no ha sido dicho?
Rosa Maria Reeder
Derechos Reservados