Odio este rostro que cargo en la cara,
la piel que no brilla, los ojos sin alma.
Odio la forma en que tiembla mi voz
cuando me miro y deseo no ser yo.
Los kilos me cuelgan como cadenas,
cada curva una burla, cada pliegue condena.
Mi cuerpo es un grito que no quiero oír,
una cárcel sin barrotes, sin cómo salir.
Soy más alta de lo que quisiera,
sobresalgo como un faro que nadie espera.
Quisiera encogerme, hundirme, desaparecer,
dejar de sentir que estorbo al florecer.
El espejo es un enemigo cruel,
refleja una verdad que no quiero creer.
Mis manos, mis piernas, mi forma, mi piel...
¿Quién podría amar algo roto, sin miel?
Nadie escribe cartas para monstruos como yo,
nadie se queda donde abunda el error.
Si me tocara elegir, también huiría,
de esta sombra sin gracia, de esta vida vacía.
Y duele, juro que duele hasta sangrar,
porque todo en mí parece sobrar.
No soy bella, ni suave, ni digna de mirar...
Solo una herida que sabe respirar.