Hoy es víspera del viernes,
del viernes treinta de mayo;
y fin de semana en ciernes,
fin de semana propicio.
Anuncia el sol con sus rayos
que se aproxima el solsticio.
Si se alinean los planetas,
percibo buenos indicios.
No veo fisuras ni vetas,
máculas o maleficios.
Y es que mañana he quedado
para cenar en un bar,
y, nervioso y excitado,
comienzo mi cuenta atrás:
En el reloj dan las diez
y la impaciencia me mueve.
Si doy la vuelta a mis pies,
cuando miro, son las nueve.
Camino sobre mis pasos,
cada vuelta desabrocho;
me da que voy con retraso:
están sonando las ocho.
Por suerte, fui previsor,
compré de vuelta el billete
que le daré al revisor,
y son, en punto, las siete.
Cuando mi sueño se alargue,
os ruego que me aviséis;
no quisiera llegar tarde
y acaban de dar las seis.
Tendré que darme más prisa,
el corazón me da un brinco,
no me abrocha la camisa,
¡y había quedado a las cinco!
Al elegir qué camisa
he perdido ya un buen rato,
y los talones me pisa
esta señal de las cuatro.
Con la prisa que me asedia
miré el reloj del revés,
y no son las nueve y media,
sino que son ya las tres.
Por tomármelo con calma,
me puse el despertador,
pero no sonó la alarma
hasta pasadas las dos.
Me volveré para casa,
ya no habrá cita ninguna.
Es lo que siempre me pasa
los viernes de doce a una.
Me llega un whatsapp de Elena:
\"Ya no hay nada entre nosotros.
Olvídate de la cena,
que ya he quedado con otros\".
Pues me he quedado sin fiesta.
Me siento apesadumbrado.
Al despertar de la siesta
me levanto más turbado.