Tratado sobre la tela de lo imposible.
La mente se curva, intentando evadir
el monstruo que se gesta en cada respuesta,
y, al final, no hay nada que pueda fingir
el frío letal de lo que no se apuesta.
La vida burla y hiel que no tiene fin,
la muerte es mofa disfrazada en carmín.
En cada argumento, la mentira crece
como el rosal venenoso en la razón.
El ser se esfuerza, pero nunca aparece
el sentido promete con su visión.
Este esfuerzo es vano, todo se descuaja,
y lo que queda, tan solo resquebraja.
¿Te dices, dueño de la verdad, patético?
como, si el tiempo fuera algo que controlas.
Eres el náufrago, simple, cruel y hermético
que se arrastra sin rumbo entre viejas olas.
Crees entender, pero en tu ego grotesco
solo existe herrumbre y ruina. ¡Qué dantesco!
El amor que presumes, falso y banal,
es tan tibio y artificial que se consume.
Te empeñas en vivir el drama integral,
pero la vida te escupe y te resume.
La limosna mental que el orgullo entona
como un sueño inventado que se corona.
Cuando el tiempo se oxide bajo la cama,
¿Quién no vendió su alma por menos que el precio?
La verdad se muere en tinta que no clama,
tú, tan centrado, rondando en el desprecio.
Ante la farsa en desfile de ratones,
el bufón cae... sin coro ni apretones.
(Aun tras la caída final del telón,
el humo del pensar se pudre en lo absurdo)
La vida es compás que traza sin aliento,
círculos ciegos donde el vacío impera.
El sentido gravita en conflicto lento,
que se deshace en la carne que lo espera.
El juicio viste su máscara voraz,
y oculta en los pliegues su tedio tenaz.
¿Quién soy, si el yo que invoco muere al nacer?
¿Quién mora en mi silencio si no hay testigo?
La forma del ser se quiebra sin poder,
al nudo que se hunde al filo del castigo.
El tiempo, monarca y verbo inapelable
ciñe con relojes con dogma implacable.
Del vientre podrido nace la ironía,
ilusos que ansían un falso sentido,
el azar se burla con cruel alegría,
la poesía es solo arrullo fingido.
No hay centro ni causa escrita que lo ordene,
solo ansias abstractas que el miedo sostiene.
Juzga la conciencia: ramera sin credo,
nos vigila el deber con rostro imposible.
El alma es escenario sin libre enredo,
actuando su papel en gesto visible.
¿Hay albedrío o solo coreografía,
con pasos ya escritos por la hipocresía?
Y cuando por fin cese la mascarada,
y el telón se desplome sin ceremonia,
¿seremos borrador de mente cansada,
o piezas del teatro en su parsimonia?
Tal vez la vida es fórmula sin diseño,
cada quien se engaña con su propio sueño.
(¿Y si esa fórmula es la trampa de necios?
¿Y si el telar oculta antiguos desprecios?)
El mundo se retuerce y destruye solo
y el pensamiento gira sin dirección.
¿Seremos el centro de este absurdo polo,
o el desvarío lento de una invención?
No hay mapa ni ley que a la mente proponga,
ni voz que valide el error que se imponga.
La lógica, emperatriz de la apariencia,
dibuja reglas sobre un papel gastado,
nutre la lepra del sentido en vigencia,
como un dios borracho, inepto y disfrazado.
Quien busca leyes en el pozo que habita,
se hunde en simetrías que nadie transita.
Vivimos, más sin saber qué nos sostiene,
colgados del milagro de estar de pie.
La esencia se pudre si no se mantiene,
pero al fijarla, ya no somos: se fue.
La carne piensa, aunque el pensar la limite,
y el alma duda hasta cuando se repite.
Del tiempo somos ruina que aún respira,
fragmentos de un lenguaje sin convicción.
La libertad es cárcel que nos delira,
y el ser, un acertijo sin traducción.
Quien cree entender la vida se marchita,
pues cada revelación luego se quita.
En el rincón de este sueño desahuciado,
la mente erige su burdel de noción.
Dios bosteza en su trono ya desganado,
y el alma ríe a broma sin convicción.
¿Hay redención en esta trágica audiencia?
Más bajo el orden ruge la incoherencia.
Quizá morir sea el modo más honesto
de conversar con todo lo que no existe.
No hay más allá ni juicio ni manifiesto,
solo un telón que cae cuando resiste.
Y en el telón, sin cadáver, ni pecado,
queda el vivir: inútil, pero sagrado.
La Hechicera de las Letras.