Que el teclado siga al ritmo de mi corazón,
anclado a la marea de un viento tormentoso.
Me desconcierta tu habilidad para robarme la atención sin hacer ruido.
Eres sutil, preciso, sensual…
un artesano del amor que sabe tocar el alma y desordenarla con elegancia.
Tus manos moldean el caos como si fuera arcilla,
y cada gesto tuyo parece una coreografía ensayada mil veces.
Siempre bailando entre máscaras,
siempre en el escenario perfecto para atraer a la dama perdida
que aún no sabe que necesita ser rescatada.
Pero tras el telón de tu encanto habita una sombra.
La soledad se embriagó de ti,
y tus sentimientos se deshicieron en un mundo imaginario,
tan tuyo como incomprensible.
Rompiste los lazos con el amor verdadero,
ese que se entrega sin disfraces, sin miedo.
Ahora solo vendes una versión desgastada del mundo,
una ilusión cruel donde las llamas ya no calientan,
solo arden por inercia.
Robaste al fuego sus melodías más puras,
las que encendían corazones sin pedir nada a cambio.
Y ahora te llenas de vacíos rotos,
de ecos sin forma que vagan en el desierto
donde las almas perdidas se miran sin reconocerse.
Y yo, aún viéndote así,
a veces me descubro buscando tu reflejo entre las ruinas,
como si algo en mí aún creyera que puedes volver
a ser el fuego que abriga, y no el que consume.