Algunas veces se presenta eterna:
dura más que un relámpago, un latido
un parpadeo, un suspiro.
Otras veces es efímera
como el denso vuelo de un águila dibujada en el cielo,
y la lenta agonía
de un Dios-hombre escarnecido.
A veces es corola en marzo de nomeolvides,
luego crepitación de alfombra
bordada con hojas del olvido.
Es la última luz encendida
al fondo de un tétrico pasillo
y es arcoíris inasible.
Es tela gris en un rincón siniestro,
muralla helada del silencio
y la gastada cuerda de un equilibrista ciego.
Pero me aferro,
igual que el can a la tumba de su amado,
y el solitario que
finge despedirse
por la ventana del tranvía.
Me aferro
a encontrar el fin del corredor sin que la penumbra me devore
a mancharme las manos
con arcos de iris…
y echaré raíces en sus brazos
y sembraré universos
en sus ojos…