Y aquí me encontraba otra vez.
Tirada en el suelo de mi estrecho pasillo
de paredes blancas y armarios de madera,
con lágrimas en mis mejillas
y el corazón encogido
derramando sangre por mi mano.
Lo miraba con los ojos medio cerrados,
los labios temblando
y mi pulso disminuyendo poco a poco.
¿Qué acababa de hacer?
No me daba asco la sangre,
tampoco tristeza por que todo acabara,
pero quizás si tenia miedo.
Parecía que no,
pero aquello me aterraba.
Miraba mi vida como una pesadilla infinita
e imposible de terminar,
aunque ahí estaba,
en la palma de mi mano.
Es como si por primera vez
hubiera tenido el control de mi vida.
Pero para mi suerte,
solo tenia el descontrol de mi muerte.
El corazón no latía
y por ende, no sentía nada.
Aunque ahora sí podía justificar mi vacío.
Supuesto es que si te arrancan el corazón
dejas de sentir.
Pero algo raro pasaba,
porque era justo en ese momento
cuando quería volver a sentirlo todo.
Había perdido a mi familia,
había perdido a mi mejor amiga,
había perdido a mi chico,
había perdido mi vida.
Quizás quería que mi cabeza se callara,
quizás buscaba una razón inesperada,
una que llegara antes de mi acto
y así entonces no arrancarme nada.
No hubo respuestas,
solo silencio.
Un silencio que me ahogaba,
pero me hacía dar cuenta de que era yo,
de que era mi vida y mi decisión
y de que nadie más podría hacer lo que yo hacía.
Si yo me moría,
me mataba yo.
Si seguía viva,
viviría yo.
Y ahí fue cuando caí en cuenta
de que a lo mejor no era esa la vía,
no era ese el modo.
Que igual que podía quitármela,
podía dármela.
Sobrevivir de tu propia mente es jodido,
porque eres tú contra ti.
Estás solo.
Entonces no hay contrincantes.
Solo una persona cayendo en la locura.
Porque querer suicidarse es una locura,
Es querer acabar contigo,
pero lo más alucinante es que quien quiere eso
eres tú.