Recuerdo la última vez
que me escapé de la cárcel
cuyo nombre ya olvidé.
No sé cuántos meses hace
(y parece que fue ayer)
que me zafé del engarce.
Con el azar y el orgullo
compartí celda en el trullo,
letrina, agua y palique.
Al ser la comida escasa,
me convertí en alfeñique
y, amotinados en masa,
rompimos los tres el dique.
Con mi camisa de rayas,
salí buscando una playa
donde no hubiera oleaje.
Quedé dormido en la orilla
y soñé con ser la quilla
de mi vida al abordaje.
Hoy tengo una luna llena,
un sol de bisutería
y el canto de la sirena
que me despertó aquel día.
Ahora me sabe el vino
mejor que antes de ayer;
gentileza del destino
en forma de sumiller.