ARTE Y LITERATURA
Un folio en blanco. Diría que esa es la pesadilla de cualquier escritor creativo (y recreativo) . Por lo pronto, no creo que nadie niegue la tensión que produce ese irreverente rectángulo inmáculo; impoluto; ávido de ser caligrafiado. Y el asunto se complica cuando se acumulan las influencias de los más variados estilos, lo que no es nada malo (la riqueza, el patrimonio intelectual), aunque puede crear vicio eso de echar mano de modelos ajenos, que muchas veces sucede de manera inconsciente y otras se hace adrede con la sana intención de emular, desde la debida distancia y respeto, a aquellos a los que se tiene como referente; quienes han creado escuela.
Cierto es que existen en la escritura algunos tipos de moldes estructurales genéricos como recurso con el cuál proponer una ocurrencia interesante, una aventura trepidante... y que podría (de hecho se usa mucho en la literatura convencional) dar como resultado un texto de lectura ligera, amena y satisfactoria, de la misma forma que suele uno también toparse con autores que buscando huir de lo cotidiano se ofuscan tanto en lo complejo y abstracto hasta el punto de llegar a no entenderse a sí mismos. No obstante, quien no quiere incurrir en la simpleza de transitar lugares comunes, se encuentra ante la ardua tarea de buscar una vereda virgen por la que hacer circular su historia; con mayor o menor acierto.
Desde Homero hasta Saramago (por supuesto son valores transmutables, tantos por nombrar), de Sófocles a Benedetti (...ya, bueno, dale, a Borges, si vos decís), se ha abarcado una inmensa porción dentro del universo literario, y si bien podría considerarse que el espacio es sondable en proporción a la capacidad de vislumbrar su magnitud, los escritores relevantes de última generación han dejado constancia de haber poseído el don de la supremacía, al lograr las más altas cotas en terrenos insospechados y lugares recónditos aventurándose en inhóspitos territorios y dominándolos con magistral espontaneidad y hábil maestría.
En esto, ahí continúa la página en blanco aguardando; desafiante. La intención nos obliga a mirarla a la cara. Contamos con los datos, la documentación ( meticulosamente revisada y contrastada), puede que hasta con un esquema \"redefinible\" , e incluso, es probable que a la papelera y sus alrededores hayan ido a parar algunos esbozos desechados fruto de los primeros intentos. En cualquier caso, es tarde: de repente se desata el desagüe en torrente de ese amnios donde se ha estado gestando y cobrando cuerpo la idea, unos aconteceres que germinaron de entre lo fantástico y lo empírico, y se apropia del pensamiento, de los sueños o de los insomnios, de lo recóndito de la memoria; oprime como un cuerpo ajeno con vida propia buscando el conducto por el que ha de ver la luz; tan natural como inexorable.
Supongo también, que las primeras letras con que consumar ese impulso perentorio (del que todo artista es esclavo) surge de una amalgama de timidez y soberbia, arrojo y temeridad, vanidad y narcisismo y, sobre todo, desvergüenza. Puesto que se da la necesidad de hacer acopio de estas condiciones para atreverse a poner al descubierto nuestras limitaciones (aquellas que nos definen como seres imperfectos) y, a la vez, suplirla con una personalidad resuelta, disoluta, sin ambages ni medias tintas en el momento de desvelar el intríngulis a través de la confluencia metódica de palabras confabuladas que se proponen como enunciados y que se van sucediendo hasta desembocar en la culminación de la obra, donde la observancia en su plenitud infunda en el autor el convencimiento de estar ante una composición completa, conclusa, y si, probablemente, no definitiva (hay quien nunca deja de corregirse), al menos permitiéndole quedar conforme: lo que le conferirá la sensación de desahogo y sosiego; de desprendido.
Se suele abusar al pronunciar como dogma que «más vale un imagen que mil palabras»: El ser humano no pudo mantener por mucho tiempo en su historia la transmisión de información trascendental mediante el arte pictórico. Para bien y para mal hubo de hacer uso de la palabra escrita. Simplemente, la imagen y la palabra no son comparables. Son compatibles, complementarias; fusionables; pero son artes de distintos fundamentos; modos de expresión de condiciones intrínsecas diferentes. Pero dejemos a cada una de las artes manifestarse sin discriminaciones ni categorías, pues aún siendo la literatura la única que sienta cátedra (amén de la arquitectura , cuando lo es), opino que es un favoritismo injusto. Y no es éste mentidero para esa tarde soleada de otoño.
La literatura (: la comunicación por medio de la palabra escrita) en su disciplina artística (: el uso de la palabra escrita para relatar un acontecer) se esquematiza en géneros, subgéneros... Pero cada cual tenemos nuestra manera peculiar y única de contarnos las experiencias, los conocimientos o las ocurrencias, que es personal e intransferible (fíjate, como un carné de socio).
Andar el sinuoso camino de la vida cruzándole el pálido semblante a trazos pluma a cualquier folio irreverente que se ponga delante, es una linda forma de pasar dejando testimonio de que «érase una vez...».