Soledad, no inundes mi existencia,
como ya lo has hecho en el pasado.
Al encontrarme, pasa con indiferencia,
sin pena... yo ya estoy acostumbrado.
Si en el futuro —que espero sea lejano—
me percibes y ves que estoy perdido,
solo entonces, tiéndeme la mano;
quizás puedas a mi vida dar sentido.
Si haces gala de tu singular encanto
y me convences, seré contigo solidario.
Voy a aprender a apreciarte otro tanto:
tal vez un poco de soledad sea necesario.
Pero, por el momento, por favor aléjate,
tan retirada como tú más puedas.
No debes afligirte, más bien alégrate;
pues podrás quedarte... cuando vuelvas.
No acabo de entender que no es posible
lograr en la vida una felicidad perpetua;
y aunque esté ahí, puede no ser visible,
o permanecer inerte como una estatua.
Soledad, tú eres tan fiel como ninguna,
pero déjame un momento, te lo pido.
¿No ves que no consigo ni en premura
en una estación llenar mi solitario nido?
Por ahora, vete sin cuidado y con apuro,
que yo estaré esperando tu retorno.
Cuando vuelvas a mi lado en el futuro,
¡te compartiré el recuerdo más hermoso!
Soledad, contigo yo me comprometo:
si no logro lo que mi corazón anhela,
en un futuro no lejano, sin pretexto,
te acogeré por el tiempo que me queda.
Elise Beher ©®
mayo 27/2025