La soledad y la monotonía
fueron mis únicas amigas por años.
Me hablaban bajito en las tardes vacías,
cuando el mundo parecía lejano.
Me abrazaban sin prisa, sin nombre,
llenaban el cuarto de sombras y calma,
eran crueles a veces, lo sé,
pero también sabían cuidar mi alma y piel.
Crecí en sus silencios tan largos,
en sus repeticiones sin fin.
Me enseñaron a respirar despacio,
a no esperar nada de mí.
Hoy ya no hablamos tan seguido,
quizás las dejé de escuchar.
Pero a veces regresan despacio
cuando no sé a quién mirar.
Y no las odio, no las niego,
fueron hogar en mi tempestad,
fueron refugio cuando sola y impaciente me encontraba.
Solo que ahora, si llegan de nuevo,
ya no les ofrezco mi tiempo, mi tristeza y mi soledad.