A veces, la risa que busco en el aire,
ecos de un lugar donde jamás estuviste,
se vuelve un pensamiento sin reparos,
parte intangible del recuerdo que persiste.
No pronuncio tu nombre, ni lo escribo,
mas ciertos versos, con sabor a ti,
susurran la brisa que respiro,
un secreto guardado solo para mí.
Y hoy, como en tantos amaneceres,
tu voz bastaría, susurro tenue,
para aligerar estos pesares,
disolver la carga que me sostiene.
Si fueras tú, alma reconocida,
antes del tacto, de una mirada,
la conexión ya estaba establecida,
por un hilo invisible, bien trenzada.
Se atraen en el tiempo, se buscan,
un eco ancestral, sin fuerza, sin decisión,
y en lo profundo del alma pulsan,
la certeza de una antigua unión.
Ella sonríe, y su belleza externa,
es solo un eco de lo que florece adentro;
la esencia pura, su luz eterna,
en miedos y sentimientos, su centro.
No sé dónde hallé mi hogar en ti,
pero al abrazarte, el cosmos alinea,
y el universo me recuerda aquí,
que tú eres el fin de mi travesía.
¿Cómo callar el amor que mis ojos gritan,
la pasión que mis labios nombran sin control?
Mis poros te claman, mi piel se excita,
cuando te veo, mi único farol.
Deseo a veces que mi corazón olvidara,
la facilidad con la que aprendió a amar,
mas la paradoja de este sentir me aclara,
que al soltarte, más te vuelvo a invocar.
Confío en el tiempo, ese dulce aliado,
que a tantas amarguras da final;
pero el alma que no vuela, ha callado,
en su propio abismo existencial.
Así, en el silencio que te nombra,
sigo la estela de tu luz lejana,
guardando el rastro de tu sombra,
en la espera de una aurora cercana.
JTA.