Llueve,
sin temor de Dios
ni de los hombres,
llueve porque es necesidad
que llueva
que llueva de día y de noche
de seguido.
Llueve
hace frío,
me tomo un vasito de café
café negro largo,
no muy fuerte
no muy flojo
su humo se planta
frente a mí
como tela perfumada.
En el Centro Nacional de Historia
no hay luz,
todos salen
todos esperamos.
Cuatro perro en fila india
siguen a los de Seguridad
sólo hay tinieblas
y hasta los perros temen
un sabotaje o cosa similar,
la Fundación Boulton -los vecinos-
está cerrada a cal y canto,
apenas dos guardias la cubren
con su manto protector.
Un poco más allá
el Panteón Nacional,
parece que él también
temblara de frío.
Los árboles se mojan
pero no se quejan
las palomas y otros pájaros
se escondieron,
Omar Kayyam en su plaza
se ve distinguido, silencioso,
no se parece al bardo
que canta canciones
de amor y de bohemia,
que vive a la salud del vino
y de la belleza de las mujeres persas.
Van llegando más personas
con agua en los ojos y la frente
la lluvia, que enmudeció de pronto,
amenaza con recrudecer.
Los perros no beben
el frío se los impide
y les impele a amodorrarse
a acurrucarse unos a otros
a brindarse calor y consuelo,
al modo de los humanos
o tal vez de un modo más sincero.
Vine aquí por un taller
entre tanta gente no veo
a profesores o condiscípulos.
Los ciudadanos de a pie
huyen de las lágrimas del cielo,
bebiendo un café sombrío
sin mucha azúcar
sin nada de leche.
Nadie quiere mojarse
ni saltar charcos
ni hacer promesas
que luego no cumplirán.
Veo a un hombre
y a su paraguas azul,
se va por la lluvia
y porque no hay luz
se va pero llega otro,
un paraguas blanco y negro
como traje de Polichinela,
se deshojan las ramas
bajo el peso de las aguas,
tanta sequía
y ahora el agua nos ahoga
¿Quién entiende?
¿Quién nos entiende?
¿Quién comprende a Dios?
Es difícil decidir,
morir de sed
o morir de lluvia.
OLLIN
20/04/2016