El que nunca dice nada
tiene el puesto asegurado
un traje bien entallado
y sonrisa calculada.
La decencia está pautada
según normas de oficina
y la ética adivina
quién merece la corona
mientras besa la charona
del poder que se avecina.
Los doctores de la causa
hablan siempre en jerigonza
si tropiezas con su onza
te responden con pausa.
El saber se hace una balsa
que no acepta marinero
y el que intenta ser sincero
naufraga en la disertancia
que condena la ignorancia
con lenguaje embustero.
Si te sientas bien derecho
y no toses en la cena
ya tu gracia es más amena
y te escuchan con provecho.
Es cuestión de estar bien hecho
en ademanes discretos
no mostrar jamás los netos
de tu angustia cotidiana
ni arrugar la servilana
con temblores indiscretos.