Franjablanca

Concatenados: La hoguera de las vanidades

 

I

 

Cuando toco en una orquesta

jamás sigo la batuta.

El insulto me molesta

(será porque soy muy puta).

Me aburre la mezquindad.

Jamás acepto un consejo.

No guardo fidelidad.

De mi suerte no me quejo.

Cuando me asalta una duda

antepongo la razón

y si acaso se desnuda,

la resuelvo sin condón.

El no estar a su merced

siempre ha marcado mi pauta.

Si me crees conocer,

escribe tú la posdata.

 

II

 

Perdona que tenga dudas,

mas no aprecio desde aquí

las metáforas que anudas

entrelazándome un sí

con dos nones de sutura.

Tu misterio es la excepción,

el rara avis de invento,

un resto atávico, un don

que se quedó en el intento;

el cuento de la lechera,

un sofisma sin cintura,

un Colón sin carabela,

la ciencia infusa e impura

de quien perdió el raciocinio

sumido en su propia duda

de tanto creerse tanto,

y cayó bajo el dominio

de un no curarse de espanto.

 

III

 

Será que el tiempo le resta

vanidades a la hoguera,

o será que un día cualquiera

al despertar de la siesta

te vuelves cuerdo de atar.

El caso es que por azar

por voluntad o torpeza,

he dado con mi osamenta

a los pies de la certeza,

entre los muros que ostenta

donde mora la verdad.

Y vivo en su fortaleza

con su pizca de maldad,

con su mitad imprudente,

con su inconsciencia y la gente

que igual que llega, se va.