No viste de laureles.
No firma con oros.
No vive de premios,
ni de editoriales.
Un poeta camina
sin más techo que el verso,
con el alma en los huesos
y los bolsillos rotos.
Escribe lo que arde,
lo que sangra en silencio,
lo que nadie aplaude
pero todos temen.
No es estatua ni mito.
No cotiza en bolsas.
No tiene discursos
para vender esperanzas.
Tiene un cuaderno.
Tiene un lápiz mudo.
Tiene su rabia
y su ternura a cuestas.
Y escribe.
Aunque no lo lean.
Aunque no lo nombren.
Aunque lo olviden.
Porque un poeta no escribe
para la gloria.
Escribe porque el mundo
le duele en la garganta.