Una noche sellé con la Muerte un juramento,
que cuando ella llamara, yo debía ir sin voz.
Firmé con sangre y un susurro al viento,
dejando mi alma atada a su velo atroz.
Pasaron los años y olvidé el acuerdo,
pero ella no olvida, ni cambia su ley.
Hoy vino a buscarme, su rostro incierto,
y yo le rogué que no fuera mi rey.
“No estoy preparado”, le dije temblando,
“la vida aún me canta en su cruel prisión.”
Y ella respondió, su mirada llorando:
“Si no vienes tú, vendrá otro en tu son.”
La Muerte es paciente, pero nunca engañada,
y su venganza es lenta como un reloj.
Ya no soy su presa, pero sé su mirada…
camina a mi lado y no suelta el reloj.