Cuando llegaste dejé la puerta abierta
para que no te sintieras cautivo,
supliqué que amarte me dejaras: tocarte,
guardarte en mis brazos,
pero que nunca dijeras te amo,
me quiero quedar contigo.
Después entendí
que tus palabras me hacían vivir,
que si cerraba los ojos te podía ver
y hasta escucharte respirar;
que si te quedaste no fue por maldad
y te compartí mi cama,
adentraste en mis sueños,
en mi mundo, acariciaste mi nostalgia:
mi soledad, mi tristeza
las domesticaste con besos
y entonces el adjetivo se convirtió en verbo
que conjugamos una vez y otra vez,
fuimos enunciado, verso, metáfora;
te quedaste en mi piel como poema, como canción.
La puerta sigue abierta... tú sigues aquí.