Hasta cierto día,
hasta cierto punto
todos los hijos son malos,
todos a sus padres deshonran a diario.
Las variables no pueden fallar,
los que de brutos han de pecar,
los que por perfectos se hacen pasar,
los que quieren matar,
los que desean soñar.
El hijo, por excelencia inmaduro,
el padre, alguien que no cree en el indulto.
El hijo mañoso,
tan despiadado y venenoso,
el hijo perfecto,
tan hipócrita y egoísta.
Me resulta gracioso,
no podemos fallar,
lo que mejor me resulta,
a diario los hemos de decepcionar.
Somos la decepción encarnada,
somos de sus estómagos la patada,
somos la maraña,
la acción sin causa.
El miedo de un hijo a su padre fallarle
es lo mismo que a la vanidad por humildad rogarle,
es un escaparate, una ilusión,
es un miedo sin razón.
Como hijos nos volvemos lo que no quieren,
vamos por donde no les gusta,
queremos ser diferentes,
¡Vaya hijos insolentes!
Adolecemos de madurez,
crecemos con rapidez,
vivimos un día a la vez,
solo les generamos estrés.
Admiramos aquellas relaciones abiertas,
donde los padres de su corazón las puertas tienen abiertas,
donde los hijos no recurren a la soledad,
en la que ambos se han de acompañar.
Sin más,
todos son o fueron hijos un día,
hay que recordar a los padres con alegría,
no todo con ellos son miserias,
no solo a nosotros nos arde la indiferencia.
Sol.