La manta de la noche se extiende sobre los recuerdos,
como si fuera una claridad imposible de imágenes y voces,
conformando los sueños, armonizando los ecos,
con los colores grisáceos e inmateriales
que inundan el pensamiento.
Como si fuera una luz infinita improbable,
que nos separa de la vida,
para llevarnos a lugares espirituales, intangibles,
en donde nos detenemos a ver el pasado,
sin culpas, sin comprensiones, sin razonamientos,
sin alma que nos atemorice,
con pecados ni condenaciones.
Es como si amaramos lo olvidado,
y la noche tuviese el talento para la resurrección,
juntando nuestras manos,
para la invocación y la presencia de Dios,
entre culpas y perdones.
Como si el amor se pudiese convertir,
de nuevo en llama y fulgores
y el camino se borrase dejando solo las huellas,
y el silencio se alimentará con las palabras extraviadas,
y siguiéramos viviendo solo para el recuerdo,
como si los labios solo fuesen adecuados para el beso,
y fuese el beso el que expresara él te quiero.
La manta de la noche se extiende sobre los recuerdos,
levantando muros invisibles entre la lejanía y el ahora,
abriendo espacios enemigos de los cuerpos,
oponiéndose a la avidez de abrazarse,
al lazo intangible entre el amor y la entrega.