La amo...
Y no es por una razón urgente
ni por la euforia de los comienzos.
La amo porque desde que llegó
algo en mí empezó a quedarse.
Ella tomó el timón
cuando yo era sólo un náufrago con suerte.
Estaba a la deriva,
pero convirtió mi naufragio
en una lucha con brújula.
Y no me salvó del mar —
me enseñó a nadar en él.
No vino a prometer cielos sin nubes
ni días sin cansancio,
pero su abrazo sigue siendo
el lugar donde el mundo
deja de pesar.
La amo, sí.
Porque desde que llegó,
es mi forma de vivir:
mi costumbre más bella,
mi libertad con nombre,
mi poema sin final.