Se acomoda plácidamente la poesía,
en el límite puntual y exacto
—entre la noche y el día—
justo allí donde las sombras se funden
con las balbuceantes luces matutinas.
Y ama también ella,
mimetizarse entre las zarzamoras
cuando el calor abrasador del estío
el cambio de sus tonos acompaña
—de rojo ardiente a negro intenso—.
Y está omnipresente la dama,
en las heridas sangrantes de la tierra
cada vez que la sequía las abre,
en un gesto de obstinación parece
porque a la cita se ausentó la lluvia.
Huelga la poesía —aunque sutilmente—
en los vestigios que dejó el verano
pletórico él en frutos y verdores,
hasta que las primeras brisas otoñales
irrumpen para desbaratar las lozanías.
Vive la poesía para siempre,
en la amorosa ingenuidad de la infancia
se acomoda en las risas candorosas,
aunque las desazones del presente
se propongan —sin éxito— en clipsarlas.
LauritaVivi