Me duele el corazón, como si un filo
lo hendiera en lo más hondo, sin clemencia,
y arrastro sin saber por qué este estilo
de pena que sin nombre da presencia
a un yermo sin consuelo ni asilo.
No hay herida visible, ni arrebato,
ni adiós sellado en noche intempestiva,
mas llevo un llanto oculto, tan ingrato,
que en cada albor se torna más altiva
la sombra que en mi pecho hace su trato.
No lo diré... no puedo... se deshace
mi lengua en un suspiro inconsolable,
y el verbo se retuerce y no renace,
pues hay dolor que, siendo inenarrable,
prefiere ser silencio antes que frase.