Él era mi juglar, privilegiado, con su bella voz.
Mis días, mis noches y mis horas, eran para Él.
Nunca creí que, me tocara, esa dádiva de Dios.
Era de trato muy dulce, tal cómo, lo es, la miel.
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La finura del varón, lleva la crítica del ignorante.
En los pueblos chicos, cobra fuerza la arrogancia.
El Adán, suave y formal, puede turbar al tunante.
El orgullo, se nutre de buenos tratos y elegancia.
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Un hombre, cuida a su Dama y, se pone al frente.
El hábito, no hace al monje, pero sí, lo identifica.
Un caballero serio, es cordial, amable y decente.
La fragilidad y sentir de la dama, no le mortifica.
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¡Un varón fiel, hablará con la verdad, a su dama.
Él, no tiene, fértil comunicación, sólo en la cama!