Se apoya el verso
en esa voz que encierra la palabra
y que te suena celeste.
Algo más que un algoritmo de letra sonora.
Se desliza en tus oídos
como un arpegio de cristal.
Reverbera armónico
a una frecuencia concreta de significado.
Como una flor ingrávida ondula y se posa
en el alma expectante, que trémula aguarda
en ese paréntesis
que va desde la palabra anterior
hasta la siguiente.