Tu voz era un río que arrastraba las piedras
y quebraba las montañas.
No había silencio en tu palabra,
sólo el eco de la lucha y el resplandor de la verdad
que no temía ser vista.
Tu poesía era un fuego que quemaba la mentira
y encendía los corazones de aquellos
que aún soñaban con una justicia posible.
Y en tu voz, los oprimidos encontraron un eco
que les decía que aún había tiempo,
que aún quedaba un futuro.
Hablaste de los hombres
como quien habla de dioses caídos,
pero también los hablaste
como quien busca redimirlos
en el polvo de la tierra y el sudor del trabajo.
Tus versos fueron flechas que atravesaban el cielo,
pero también semillas que caían al suelo
y germinaban en la esperanza.
Caminaste entre las sombras y te levantaste
como un faro en medio de la tormenta.
Tu poesía no pedía permiso para hablar,
hablaba porque no podía callar, porque el silencio
era el enemigo y la mentira su peor aliado.
Ahora, cuando el eco de tus palabras
sigue resonando en las conciencias que no se rinden,
te seguimos nombrando, te seguimos escuchando
en cada grito de justicia, en cada lucha por la verdad.
Tu voz sigue viva porque nunca dejaste de hablar,
porque nunca te rendiste ante las sombras del mundo.