MÁS SABE EL VIEJO POR VIEJO…
Vendió su alma al diablo y el diablo lo colmó de favores. Sentado en un banco a las puertas de la catedral hacía balance de una vida dichosa: la esposa más bella, abnegada y servicial que todo hombre de su posición quisiera haber tenido. Pero ya se la había llevado. Unos hijos sanos y obedientes a los que pudo dedicar la mejor de las atenciones y dejarlos en una buena posición; aunque se volvieron avariciosos y sólo ansiaban heredar. Poseía un acaudalado patrimonio y a tantas personas que lo odiaban o envidiaban como fuera posible. Y ahora, en el cenit de su vida, habiendo sobrevivido a tres infartos y diagnosticado de cáncer de colon, esperaba allí, plácidamente, hasta que el último de los feligreses hubiera abandonado el templo tras el oficio de las ocho y media al que, por supuesto, no había asistido.
Por fin salieron el prelado de la diócesis acompañado de su sacristán.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para levantarse y llegar al centro de la acera. Cuando aquellos dos hombres religiosos estuvieron a su altura, haciendo acopio de hasta el último resquicio de energía que pudo encontrar en lo más recóndito de su decrépito ser les gritó a la cara: «¡Me cago en dios!». El obispo, escandalizado, se persignó, y a continuación lo santiguó diciendo: «Hijo mío, que El Señor te perdone y se apiade de tu alma».
No necesitaba más. Con la misma parsimonia y esbozando una socarrona sonrisa se dirigió al borde de la acera y se arrojó a la calzada bajo el primer vehículo que pasara, que fue un camión de la basura.