Después de tantas madrugadas insomnes,
de noches sin nombre y sin descanso,
de comenzar mil veces desde la ceniza,
hoy, por fin,
mi sueño se alza, intacto,
como un templo que resistió la tormenta.
Mi nombre ya no busca:
se reconoce en el eco de la vida.
Y el espejo,
ese confidente que todo lo ve,
ya no interroga:
agradece.
Hoy te amo,
y sé que tú también me amas.
El mundo, antaño adverso,
se inclina, cómplice, ante nosotros.
No hay urgencia,
solo queda el sagrado acto
de disfrutar,
como si la eternidad
comenzara esta tarde.
Hoy soy,
sin necesidad de explicarme.
Camino sin correr,
respiro sin miedo,
porque comprendí al fin
que aquello que me quemaba
también me forjaba.
Este instante,
humilde y sagrado,
es la respuesta
que buscaba desde siempre.
Y a ti,
vida que me heriste y me abrazaste,
amor que me doliste y me salvaste,
tiempo que me pusiste a prueba una y otra vez…
¡gracias por hacerme resistir!