Con el paso de los años, la vida ha tejido
sobre Dunia de los Ángeles un manto de primaveras,
de ciclos que se repiten y se renuevan,
de instantes que se convierten en memoria.
Muchos ven en su piel el desgaste del tiempo,
las huellas de la batalla contra las horas;
yo, en cambio, distingo en cada arruga
el mapa de un viaje, en cada cana el brillo
de una historia jamás contada.
Su piel ya no es la de la juventud,
pero aún responde al frío,
aún se eriza bajo la caricia de la brisa,
aún guarda la sensibilidad de quien no ha dejado de sentir.
Su silueta, aunque transformada,
conserva la gracia de quien sabe
que la belleza no es solo forma, sino presencia.
Cuando camina, la ciudad se detiene para mirarla,
porque su paso aún lleva la firmeza
de quien sabe adónde va.
En sus ojos, los otoños se acumulan,
pero su sonrisa sigue siendo primavera:
fresca, inocente, llena de promesas.
Aún elige zapatillas, aún ríe con desparpajo,
aún su aroma es un misterio que despierta mi alma.
Ha leído todos los cuentos de hadas
y conoce el peso de la luna,
pero no por ello ha dejado de creer en los milagros.
Le gusta la poesía,
pero no se deja engañar por palabras vacías.
Prefiere el café nocturno,
la conversación sincera,
la complicidad de quien sabe escuchar.
Dunia, señora mía, me atrae
con el fuego de su mirada,
con la tentación de sus labios,
con la magia de su sonrisa.
Y cuando la dejo sin palabras,
sé que he tocado su corazón.
Tal vez el pasado no nos dio el caminar juntos,
hoy la vida y Dios nos dan su dulce bendición:
caminar con usted por senderos profundos,
por eso mi amor le ofrendo con toda mi pasión,
que un beso puede durar toda una noche,
que puedo escribir poemas en su piel,
en sus pechos, en su espalda,
en sus piernas, en su boca.
Usted, Dunia de los Ángeles, inquieta mi corazón.
Me gusta verla sonrojarse,
reconocer en ella la chispa que nunca se apaga,
la pasión que, lejos de extinguirse,
se intensifica con el tiempo.
Su esencia no ha cambiado:
duerme, pero cuando despierta,
florece en todo su ser,
en esa belleza única que solo el tiempo sabe revelar.
He aprendido a mirarla con otra luz.
Veo que el tiempo, lejos de desdibujar su esencia,
la ha pulido, la ha hecho brillar
con una belleza que trasciende la juventud.
Para mí, sigue siendo la misma de siempre:
bella como ayer, pero hoy más sensual,
más romántica, más realista.
Hoy, usted tiene todo para decidir por sí misma,
para luchar con la fuerza de quien conoce
el valor de cada paso,
para creer en lo que el corazón le dicta,
para confiar en mí como nunca antes.
Hoy puede enamorarse desde la plenitud,
desafiar al mundo con la certeza
de quien sabe lo que quiere
y, sobre todo, decirme con la verdad en los ojos
que me ha amado toda la vida.
Así la veo, amada Dunia de los Ángeles:
más mujer que nunca,
más bella en cada gesto,
más decidida en cada elección.
El tiempo no ha cambiado su esencia,
solo la ha hecho más fuerte,
más profunda, más auténtica.
Por eso, hoy la amo aún más,
porque en usted reconozco la permanencia del amor,
la constancia del alma
y la belleza que nunca se desvanece.
En usted, amada, el tiempo es escultor paciente,
revela la verdad que guarda su alma inocente:
la esencia que permanece, el amor que perdura,
la belleza que crece y jamás se desfigura.