Camino por la memoria del alma.
El bastón me sirve de apoyo y cayado.
Las vivencias, habitan los rincones,
debo sacarlas de allí, a rastras,
como a una orzaya malvada.
Pero, ¿para qué quejarme?
La infancia pasó…
Vi a mi padre marcharse en silencio,
inocente pregunté a mi madre:
¿a dónde se fue sin llevar su ropa?
Después, llegó
la adolescencia con su fuego
y me encendió por dentro,
hasta hacerme madurar.
Tres veces di frutos.
Ya con muchos años
sobre mis espaldas;
me embarqué en libros,
y en vocablos
que me abrieron camino
hacia el conocimiento.
Con el tiempo,
llegaron las palabras necesarias,
echaron raíces en mi sangre,
las que hoy salen por mi lápiz
para enraizarme en hojas blancas.
Saboreé amor y dolor.
Conocí el fracaso por haber
puesto la vara muy alta.
Odié y perdoné.
Me hundí y salí a flote.
Juzgué a otros, sin saber que
me condenaba
a mí misma.
Fui débil y fuerte,
(según las circunstancias).
Tuve más de lo que necesitaba
y menos de lo que deseaba (creo).
De nada reniego.
Agradezco la alegría de haber nacido.
Hoy, me prosterno antes de mis 74 años.