¡Oh, cuántas veces rió la arrebolada
cuando tu risa y la mía se entrelazaban,
y la tarde cómplice y callada
nuestras almas, sin que nadie las notara,
del mundo y su desfile se burlaban!
De las danzas grotescas en los parques,
de los pasos sin ritmo ni armonía,
hallan nuestro sarcasmo su embarque,
éramos dos que, en muda algarabía,
hallaban en lo ajeno su parte.
¡Qué delicia, los gestos, las andanzas,
de extraños caminantes sin destino,
que tú y yo —entre risas y esperanzas—
mirábamos como un sutil divino
teatro sin verdad ni semejanza!