Josemaría Muñoz

Quiero devolver mis alas

CUERPO
No fue el peso del cielo,
ni el vértigo del abismo.
Fue la carne —frágil, insistente—
que se volvió jaula.

Fue el ruido constante de bocas llenas y corazones vacíos,
el tacto sucio de manos que no aman,
la ceguera voluntaria de los que prefieren la sombra
porque la luz exige demasiado.

Caminé entre ellos sin tocar el suelo,
y aun así, me pesaban los pies.

MENTE
Pensé que el pensamiento salvaría.
Pensé que la belleza bastaba.
Pensé… que amar era suficiente.

Pero entre los pliegues de mi mente,
se enroscó algo más antiguo que yo:
un susurro con garras,
una criatura nacida del reflejo de mis propios sueños,
un demonio que imaginé sin querer,
y que ahora me acompaña
como si siempre hubiera estado ahí.

No grita.
No golpea.
Solo observa con ternura cruel
cómo lo divino se pudre
al intentar ser humano.

SANGRE
Yo era puro,
pero eso no significa inocente.
Sabía de lo oscuro.
Lo había amado incluso, a distancia.

Y tú…
tú fuiste el filo.
Ni ángel, ni bestia.
Solo humana.
Y eso fue lo que me quebró.

Te ofrecí alas.
Tú elegiste puertas cerradas,
cuerpos fáciles,
deseos que no miran a los ojos.

No te odio.
No puedo.

Pero algo dentro de mí te repudia con una calma perfecta,
como se rechaza el veneno que huele a flores.

Mi sangre, que no debía existir,
quema ahora por dentro.
Cada gota una palabra no dicha,
una caricia que no diste,
una vida que no será.

MUERTE
Así que basta.
He comprendido.

Quiero devolver mis alas.
No por rencor.
No por rendición.
Sino porque ya no me sirven para amar.

El demonio dormirá conmigo,
como un amante fiel.
La mente descansará,
al fin, en silencio.
El cuerpo dejará de cargar el alma.
Y la sangre será solo el río
que me lleva a donde tú no estás.

Moriré por amor.
No al cielo.
Ni al mundo.
Ni siquiera a ti.

Moriré por amor
a todo lo que pude haber sido contigo.
Y que ahora, ya no será.